Contra el Racismo, la Xenofobia y la Intoleracia.
Esta es una historia verdadera ocurrida en Suiza en un restaurante auto-servicio.
Una señora de setenta y cinco años coge un tazón y le pide al camarero que se lo llene de caldo. A continuación, se sienta en una de las muchas mesas del local. Pero, apenas sentada, se da cuenta que se ha olvidado del pan. Entonces se levanta, se dirige a coger un bollo para comerlo con el caldo y vuelve a su sitio.
¡Sorpresa! Delante del tazón del caldo se encuentra sin inmutarse un hombre de color, un negro, que está comiendo tranquilamente. ¡Esto es el colmo, piensa la señora, pero no me dejará robar! Dicho y hecho. Parte el bollo en pedazos los mete en el tazón que está delante del negro y coloca la cuchara en el recipiente.
El negro complaciente, sonríe. Toman una cucharada cada uno hasta terminar la sopa, todo ello en silencio. Terminada la sopa, el hombre de color se levanta, se acerca a la barra y vuelve poco después con un abundante plato de spaghettí y... dos tenedores. Comen los dos del mismo plato, en silencio, turnándose. Al final se van. ¡Hasta la vista ! saluda la mujer. ¡Hasta la avista! responde el hombre, reflejando una sonrisa en sus ojos. Parece satisfecho por haber realizado una buena acción. Se aleja.
La mujer lo sigue con su mirada, una vez vencido su estupor busca con su mano el bolso que había colgado en el respaldo de su silla. Pero ¡sorpresa! el bolso ha desaparecido. Entonces aquel negro... lba a gritar ¡ladrón! cuando, ojeando a su alrededor ve su bolso colgado de una silla dos mesas más atrás de donde estaba ella, y sobre la mesa la bandeja con un tazón de caldo ya frío. Inmediatamente se da cuenta de lo sucedido.
No ha sido el africano el que ha comido su sopa, ha sido ella quien, equivocándose de mesa, como gran señora ha comido a costa del africano.
"Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Albert Einstein.
Texto adaptado. Autor desconocido
La solidaridad, todo el mundo sabe lo que es pero no todos la practican. Aceptar como nuestro el problema ajeno, desprendernos de lo nuestro en favor del otro, es no sólo una virtud sino la única vía de supervivencia que le queda al hombre y al mundo como colectividad.
Es hermoso ser solidario por amor pero a falta de esto, y aunque parezca una paradoja, tendríamos que serlo por egoísmo.
Miguel Delibes en El Libro de la Solidaridad
de Jatun Sunqu
El negro
Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.
Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".
ROSA MONTERO 17 MAY 2005
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